La vida del abuelo Eduardo se apagó la madrugada del 12 de enero de 1998. Le compramos un ataud de madera de cedro con asas de oro e interior de seda con valor de 24.000 euros. Su último viaje lo hizo en un carro tirado por cuatro corceles negros. Sería incinerado según su última voluntad, y sus cenizas serían arrojadas al rio Guadalquivir. En la ceremonia de la iglesia acudieron todos nuestros parientes. Los más allegados eran sus dos hijos, Fernando y su hermano menor Alejandro senior. También llevamos a la abuela María Antonia, debidamente amordazada por su coprolalia. Mi padre y mi tio habían discutido mucho recientemente por la herencia del abuelo, que se estimaba en dos millones de euros. Vale que mi padre nunca se ocupara de mi abuelo agonizante, pero ¿es eso motivo suficiente para dejarle fuera de la herencia?.
En Sevilla, se procedió a cumplir la última voluntad del abuelo. Mi padre y mi tio arrojaron las cenizas desde un puente al rio sevillano, pero de repente pasó una barca por debajo y todas las cenizas cubrieron a los miembros de la embarcación. Tras este desgraciado incidente mi abuelo pudo descansar en paz. Pero aún estaba el tema de la herencia. Tras una acalorada discusión entre mi padre y mi tio llegó el fideicomisario con la voluntad del abuelo. Donaba toda la fortuna íntegra a una asociación benéfica, y añadía como despedida "Sois unos hijos de puta".
Aún no comprendo como pudo ser tan egoísta como para privar a sus hijos y nietos de la herencia para donar el dinero a unos desconocidos.
1 Comentarios. Comenta tú:
Tengo los ojos anegados en lágrimas...cuán cruel me resulta el egoismo del abuelo Eduardo. De todos modos este duro incidente no debe hacer mella en la inquebrantable fortaleza de la noble y distinguida familia Robles.
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