Aunque parezca que trabajar para los señores Robles y convivir con ellos es un camino de rosas, la realidad es bien distinta. En esta casa hay mucha competencia. La mayor parte de ella es insana. La mayoría de mayordomos es capaz de pasarte por encima pisándote sin ninguna moral.
El mayordomo Huyhua era un joven peruano de treinta y pocos años que residía en España desde hacía tres meses por entonces hace más dieciocho años. Desde hacía dos meses, trabajaba en esta casa. Al principio se le veía sencillo, servicial, natural y humilde. Perú -quitando a los latin kings y demás cientos de miles de delincuentes- está marcada por su sencillez y su educación rozando la perfección. Quizá haya influído la esclavitud que ha habido siempre en este tipo de paises, y la que aún existe. La gente de allí te habla como si tú fueras su amo, y eso te halaga. Así era Huyhua, un ser adorable, siempre con una sonrisa de oreja a oreja dispuesto a hacerte las cosas más fáciles. Nos hicimos grandes amigos y nos tirábamos largas horas hablando de nuestras costumbres de nuestros países. Me hablaba de su familia: de sus hijos, de su mujer, que quería traerlos cuando reuniera el dinero suficiente... de todo un poco mientras hacíamos nuestros quehaceres en la mansión.
Pero todo cambió cuando lo pillé infraganti limándole las uñas de los pies a Alejandro Robles senior. Huyhua no debía de hacer eso. No era su trabajo, pero lo hizo. Quería llamar la atención y ser el mejor de todos. Quería arrebatarme el primer puesto simbólico que tenía yo en el corazón de esta familia y, de paso, ganarse un dinero extra por el morro, hablando en plata. Quedé perplejo durante unos segundos y él me vio. Me alejé con lágrimas en los ojos de la puerta y medité solo en mi habitación cuando tuve tiempo libre. "Si el jugó sus cartas, ahora el turno de jugarlas yo me toca a mí", me dije a mí mismo pensando en voz baja. Siempre he sido un hombre justo, pacífico y leal, pero lo que me hizo Huyhua fue imperdonable y decidí actuar y pagarle con la misma moneda.
Tenía que idear algo igual de fuerte que lo que me hizo Huyhua, porque como ya he dicho, soy un hombre justo. Así que tuve la brillante idea de coger unos calzoncillos de Alex, que por entonces tenía diez años, y ponerlos en el taller del jardín donde Huyhua hacía trabajos extras. Más tarde avisé a Alejandro Robles senior, y en cólera, denunció a Huyhua por delito de pederastia. Evidentemente ya no lo volví a ver jamás en la mansión.
Valmaseda.
Una vez asistí a una fiesta organizada por mi padre. Celebraba la fusión de su empresa con la de su rival después de que este muriera de un infarto tres semanas atrás. Había ricos, lujos y chicas preciosas, lo que es más o menos mi día a día. En esa fiesta conocí a Carlota, una joven española de origen francés que me presentó mi padre. Guapa, culta y divertida. Tenía todas las cualidades que enamorarían a cualquiera y aunque no soy hombre de una sola mujer caí en sus garras.
Los primeros meses fueron inolvidables. Paseábamos por el parque, sobre una alfombra de hojas secas y amarillas en la tarde otoñal. Pero todo cambió poco después. Carlota se volvió cada vez más distante y esquiva. Ya apenas lo hacíamos, la magia se estaba acabando. Me sentía solo y cogí la agenda de mi padre para llamar a la agencia de señoritas de compañía que solía frecuentar. Rosana fogosa me causó una buena impresión y me decidí a llamarla. Cuando llegó y la ví bajo el arco de la puerta me quedé estupefacto, Rosana fogosa era Carlota.
En ese mismo momento recordé las excusas de Carlota. Las cosas que compraba con mi visa. Al parecer, Carlota tampoco era mujer de un solo hombre.
No suelen gustarme las tradiciones. Repetir cada año con automática exactitud lo mismo llega a cansarme. Pero con las reuniones familiares del 25 de diciembre no me sucede lo mismo. Me encantan. Cuando son las ocho nos movemos con la sincronización de quien parece haberlo ensayado. Subimos al cuarto para amordazar a la abuela María Antonia (ya sabeis por qué), encendemos los 255.000 voltios de nuestro árbol de navidad particular y le damos a las ecuatorianas la noche libre. Eso sí, que no perreen hasta las tantas porque por la mañana hay que limpiar el estropicio de la fiesta.
Invitamos a toda la familia, incluído a mi tío Fernando (ya mencionado), con el cual mi padre no habla excepto en el trabajo, ya que son socios en una de las empresas que heredaron del abuelo. Pero la navidad del 2003 fue distinta. Vimos entrar a un hombre de aspecto desaliñado y yo le dije a mi padre que llamara a seguridad, que se había colado un hippie. Pero el hippie resultó ser el novio de mi hermana Cayetana. Mi padre le tendió la mano como buen caballero pero no pudo ocultar en su mirada indignación y repudia por la elección tan mediocre de mi hermana.
Siempre fue la oveja negra de la familia desde que salió con aquel filólogo que arreglaba aires acondicionados, pero esto fue aún peor. Cayetana y aquel hippie dijeron que se querían, pero no podía permitir que la relación creciera y yo fuera cuñado de un tipo que escuchaba a Manu Chao. Empleé mis artes en hacer que la relación naufragara y finalmente lo conseguí. Mi padre estuvo orgulloso de mí.
Es bueno tener aficiones, aunque sean acorde a vuestro estado adquisitivo. Mi autentica devoción es viajar, conocer otras culturas. He estado en Viti levu, Nueva Caledonia, Riviera Maya, Río de Janeiro, Bora Bora... Tantos lugares que podría hacer mi propio Dutifrí. Con esto no quiero restregaros las infinitas posibilidades que me ofrece mi posición económica, solo compartir mis aficiones con vosotros.
Uno de los viajes fue a Sri-Lanka. Era un enclave maravilloso, playas de arena blanca y aguas transparentes. El cuarto día de estancia me encontraba en la playa cuando olvidé el protector en mi habitación del hotel. Cuando fui a cogerlo note como me llegaba el agua hasta los tobillos, y eso que mi habitación estaba en la tercera planta. Tras aquel viaje, que realicé en el 2004, continué viajando por todo el mundo.
En Tailandia me ocurrió un extraño incidente. También en la playa, se me acercó una niña y le acaricié el pelito. Sus familiares comenzaron a perseguirme por toda la playa alzando cada uno de ellos el palo de la sombrilla. Cada viaje es una aventura, que os detallaré en futuros post.
La vida del abuelo Eduardo se apagó la madrugada del 12 de enero de 1998. Le compramos un ataud de madera de cedro con asas de oro e interior de seda con valor de 24.000 euros. Su último viaje lo hizo en un carro tirado por cuatro corceles negros. Sería incinerado según su última voluntad, y sus cenizas serían arrojadas al rio Guadalquivir. En la ceremonia de la iglesia acudieron todos nuestros parientes. Los más allegados eran sus dos hijos, Fernando y su hermano menor Alejandro senior. También llevamos a la abuela María Antonia, debidamente amordazada por su coprolalia. Mi padre y mi tio habían discutido mucho recientemente por la herencia del abuelo, que se estimaba en dos millones de euros. Vale que mi padre nunca se ocupara de mi abuelo agonizante, pero ¿es eso motivo suficiente para dejarle fuera de la herencia?.
En Sevilla, se procedió a cumplir la última voluntad del abuelo. Mi padre y mi tio arrojaron las cenizas desde un puente al rio sevillano, pero de repente pasó una barca por debajo y todas las cenizas cubrieron a los miembros de la embarcación. Tras este desgraciado incidente mi abuelo pudo descansar en paz. Pero aún estaba el tema de la herencia. Tras una acalorada discusión entre mi padre y mi tio llegó el fideicomisario con la voluntad del abuelo. Donaba toda la fortuna íntegra a una asociación benéfica, y añadía como despedida "Sois unos hijos de puta".
Aún no comprendo como pudo ser tan egoísta como para privar a sus hijos y nietos de la herencia para donar el dinero a unos desconocidos.
Hay cinco delincuentes que desearían volver atras en el tiempo para no revivir la noche en que asaltaron la casa de los Robles.
Fue una lluviosa noche de otoño. Manila, la sirvienta ecuatoriana que tantas veces he mencionado, se encontraba ordenando la parte exterior del cobertizo en el jardín bajo la lluvia torrencial. No penséis que somos inhumanos, antes de mandarle al exterior aquella noche le dimos una aspirina complex para disminuir las posibilidades de que se constipara. De repente vio a cinco encapuchados saltar la muralla, que debía estar electrificada como siempre, pero esa noche por motivos desconocidos estaba desconectada. Manila intentó huir, pero sus piernas evidentemente eran muy cortitas, y los asaltantes la atraparon y ataron a un árbol. Sin embargo, Manila gritó alertándonos de la intrusión y todos nos pusimos en guardia. Mi padre llamó a la policía (ya que las alarmas se encontraban desconectadas) y yo envié a Valmaseda a que luchara contra los encapuchados. Recibió una fuerte paliza, pero fue un acto heróico.
El sonido de las sirenas de la policía provocó la huída de los asaltantes. Yo corrí hacía la habitación de Conde, que naturalmente esa noche no estaba en el exterior para evitar que se constipara, y lo exhorté a que atacara. Conde fue tras ellos, pero de repente giró y comenzó a morder a Manila, que seguía atada al árbol. La seguridad privada de mi padre hizo acto de aparición pero yo ordené que dejara marchar a los encapuchados, que comenzaron a escalar la muralla exterior. Justo en ese momento accioné el sistema de electrificación y recibieron una potente y merecida descarga.
Valmaseda se recuperó poco a poco de sus heridas y la señora ecuatoriana hizo gala de una enorme fuerza cuando comenzó a trabajar dos semanas después del ataque de Conde, a pesar de lo feo de sus heridas. Quizás el hecho de que no podíamos pagarle la baja le ayudó a recuperarse mucho más pronto de sus heridas. Ese es mi fallo, me gana el corazón.
No es un día como otro cualquiera de otra persona. Vivir aquí cada día es siempre especial. Me levanto cada mañana a las siete menos cuarto. Paso lista al servicio. Y recorro toda la casa para comprobar que todo anda bien.
Empiezo por la habitación de los mayordomos. Salen siempre con caras amables: es un requisito importante para trabajar aquí: hay que tener buena cara, hasta en los momentos más difíciles. Voy luego por la habitación de las empleadas del hogar. Se supone que tienen que levantarse a las siete y cuarto, pero yo las levanto antes para que se espabilen más pronto. Luego bajo al sótano donde está el jardinero. Y por último, voy a la habitación de Conde, para despertar a las señoras ecuatorianas. Trato de hacer esto último, para no molestar a Conde tan temprano. Por eso intento demorarme todo lo que pueda. Es un animal noble cuando se le trata bien.
Los empleados ya despiertos y yo, tenemos que dejar el hogar limpio y reluciente antes de las ocho de la mañana. En casi menos de una hora lo conseguimos con duro esfuerzo. Esto se nota desde que estan las dos señoras ecuatorianas: Manila y Zuleira (sobrina de Manila). Tienen un ritmo de trabajo potente. Son un poco de todo: limpian, friegan, sirven, cuidan a los más pequeños de los invitados...
Muchos de los empleados tienen la carrera de derecho, Bellas artes y filología inglesa (esto último lo tengo yo). Por eso quiero dar ejemplo a todos estos jóvenes que no quieren estudiar. Estudiar te soluciona la vida. Como tengo solucionada la vida yo y todos los que trabajan aquí. Si estudia, joven, usted podrá llegar tan alto como hemos llegado nosotros.
Un saludo.
Mayordomo Valmaseda.
P.D. No pude entrar con mi cuenta. Así que pedí la del señor Alejandro Jr que amablemente me ofreció,
Nada más pasar por el recibidor te encuentras con su mirada. Sus fríos ojos grises se clavan en tus ojos y te corta el aliento. Es solo un cuadro, el retrato de mi abuela María Antonia, que cuelga de la pared de la gran escalinata.
Mi abuela tiene alrededor de 95 años o más y vive en la misma mansión donde ha vivido desde hace casi un siglo, mi casa. Está algo incapacitada, sufre de coprolalia, una extraña alteración psicológica que le hace proferir constantemente insultos, y vive postrada en la cama desde hace años, que le recetaron calmantes de gran potencia. La razón de esto último se debe a que toma pastillas para controlar la coprolalia que le provocan graves alucinaciones, por lo que se le suministran los calmantes para contrarrestar sus efectos. Una vez se levantó de la cama empuñando la escopeta que había pertenecido a mi abuelo y nos amenazó con ella para que abandonaramos la casa. Mi padre dijo que no nos preocuparamos, que el arma tenía más de cien años y no podía funcionar. Acto seguido comenzó a perseguirnos por la casa disparando el rifle a matar. Después nos dimos cuenta de que no tomaba las alucinógenas desde hacía semanas.
Como habeis podido comprobar no es una persona realmente agradable. Ya no se ve deambulando por la casa desde que toma los calmantes, pero a veces se oyen sus insultos y maldiciones cuando hay calma. Valmaseda le lleva la comida y la cena a la habitación todos los días, y todos los días mi padre le pregunta si ya ha muerto. Pasan los años y parecen importarle poco porque goza de la misma salud que hace veinte años. Una vez traje a una novia para que la conociera y esta fue su reacción.
Pero no podemos deshacernos de ella porque su herencia es de vital importancia para nuestro patrimonio, por lo que rogamos cada día que Dios le dee descanso a su constante sufrimiento.
A pesar de nuestras diferencias culturales conectamos muy bien y poco a poco nos hicimos amigos. Pero tenía mis reservas a la hora de presentarle a mis otros amigos, no por un tema de racismo, ya que mi padre era muy amigo del rey Fahd que también era árabe, sino por su situación. En una ocasión estaba hablando con él y llegaron de improviso Marcos y otros amigos y metí a Ben en el maletero de mi coche. Se me olvidó que estaba allí y se pasó casi nueve horas encerrado en el maletero. Cuando me acordé de donde lo dejé llegué a temer por su vida porque dejé el coche aparcado al sol en pleno julio, pero esta gente está acostumbrada al calor y no le pasó nada de gravedad.
Una vez me dijo que quería ir al club de polo y entonces me dí cuenta de lo que quería. Desde un principio fue a por mi dinero. Mi posición social le atrajó como la luz a la polilla. Confieso que me costó coger el teléfono y llamar a la policía para denunciar la situación irregular de Ben Yassif para que lo extraditaran pero no pude soportar aquella traición.
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Los resultados del juicio fueron los siguientes. Mamá tenía derecho a un tercio de la casa, que suponía unos 220 metros cuadrados, y el Rolls así como una paga de compensación de 4.600 euros mensuales. Mi padre quiso pagarle el dinero de la casa equivalente a los metros cuadrados que le correspondía pero mamá se negó y aún hoy sigue viviendo con nosotros. Yo estuve muy afectado por aquella época. Un año antes sucedió lo de Marta y tuve que volver al psicólogo para que resolviera el vacío afectivo que me dejó la ruptura de mis padres.
Comencé a expresar mis emociones tendido en el diván. Tras más de una hora contándole los conflictos internos que tenía miré hacía el doctor Rafael Nájera y lo ví haciendo sudokus. Se sobresaltó y me dijo que no le mirara, que eso me ayudaba a sincerarme mas fácilmente. Tenía razón, sentí por primera vez en mi vida que me prestaban atención, la atención que mis padres nunca me habían profesado. Poco a poco me hizo entender que esto ocurría incluso en las familias vulgares y llegué incluso a aceptar de buen grado a mi nueva madre, Paula, la chica de veinticinco años que comenzó a vivir poco tiempo después del juicio en casa.
Como ya dije, mis padres continúan viviendo juntos. Los cinco años después del incidente de Julián no se hablaban, siendo Valmaseda el intermediario en la mesa de las conversaciones que manteníamos. Las cosas están en calma en la actualidad. Mi madre volvió a contratar a otro jardinero y vivímos todos como una gran familia, como la familia Ingalls, en nuestra maravillosa y particular casa de la pradera.
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Tenía diecisiete años cuando mis padres celebraron en casa su vigésimo octavo aniversario. A pesar de todo el tiempo que habían estado juntos, o quizás precisamente por el tiempo que habían estado juntos, había llegado un momento en sus vidas en que el amor se acabó. En la mesa estabamos reunidos la familia al completo, mis padres, mi hermana Cayetana y yo. De repente se sienta a la mesa Julián, el jardinero que teníamos por entonces. Papá preguntó a mamá que desde cuando se sentaba a comer el servicio con ellos, y más en sus aniversarios. Mi madre contestó que llevaban dos meses de relación y planeaban un proyecto en común. Yo no podía creer lo que estaba viendo, aunque me resultaba extraño que desde que llegara Julián mi madre se hubiese interesado tanto en la jardinería.
Papá guardó silencio. Casi pude sentir que a pesar de su tranquila fachada se moría de rabia en su interior. Me equivoqué. Sonó el timbre, y cuando Valmaseda abrió la puerta entró al hall una modelo que no recuerdo bien su nombre. Papá nos presentó a su novia. Cenamos todos juntos. Yo no podía entender que estaba ocurriendo pero a los postres hablaron de divorcio y yo, que había estado todo el tiempo reprimiendo mis emociones no pude contenerme más y grite.- ¡¡¡Adúlteros!!!. Y me marché corriendo y sollozando a mi habitación.
Desde entonces comenzaron las discusiones. Mi padre se hizo muy amigo de Julián, a pesar de lo ocurrido. Decía que le apreciaba tanto porque sentia lástima por él. Pero su relación con el jardinero cambió cuando este intentó quitarle el Rolls Royce en el juicio que tuvo lugar después. "Me has decepcionado Julián, nunca imaginé una traición de tí" le dijo fuera del juzgado. Fue la última vez que lo ví, luego me enteré que vivía en Mallorca con una identidad falsa después de que "los Miami" le dieran una paliza de muerte por razones desconocidas.
No acostumbro a escribir post tan largos, pero creo que la experiencia que voy a compartir con ustedes merece ser contada con detalle, como las grandes historias. La vida nunca es un camino de rosas, y si nacer en una familia rica te ayuda a vivir de buena manera no impide que a veces suceda algo traumático. No me ha sido fácil decidirme a escribir sobre aquella vez que estuve en prisión.
Todo empezó un sábado de marcha. Salí de un local bastante ebrio y abrí torpemente la puerta de mi Jaguar. Estuve conduciendo una media hora a velocidades de hasta 180 km/hora por carreteras secundarias y mal iluminadas. De repente me ordenaron aparcar a un lado de la intransitada carretera. Cuando ví a un agente acercarse a mi ventanilla sentí latir fuertemente mi corazón. Estaba evidentemente bebido, a esa velocidad era como si quisiera matar deliberadamente a alguien. Yo era como un arma letal, y el agente lo sabía. Me detuvo y me envió a comisaría.
Todo lo demás fue como una pesadilla. Aún recuerdo aquellas palabras que mi carcelero pronunció con aquella voz áspera, como si no tuviese alma. -Señor, espere en el calabozo mientras hago algunas gestiones-. Aquella frase significó para mí el comienzo de mi largo encierro. Mientras me llevaban al calabozo ví que había un hombre sentado en un banco. Recordé entonces todo lo que había visto sobre cárceles y supe que debía formarme una reputación para ser respetado. Cuando escuché la cerradura del calabozo cerrarse tras de mí quise arrojar toda esperanza pero me aferré a ella y traté de serenarme.
-¿Por qué te han traído?-. Me preguntó ese hombre mientras clavaba en mí sus ojos oscuros. Yo titubeé en la respuesta y finalmente le dije. -Maté a toda mi familia-. El hombre me sonrió y siguió mirandome. Noté la presión de un animal que acecha. Luego me dijo que él estaba en el calabozo por conducción ebria pero no le creí. Miré en la pared y ví muchos nombres marcados con navaja en ella. Casi pude hacer mía la desesperación de aquellos reclusos, casi pude ver aquellos fantasmas dentro aún de aquella habitación. Tras dos angustiosas horas me dejaron llamar por teléfono.
Supliqué a mi padre que me sacase de aquel infierno cuanto antes. Media hora más tarde me sacó de allí y dejé atrás con alivio aquella oscura celda de la comisaria. Las dos horas y media que pasé en prisión fueron realmente angustiosas. Me pregunté si hubiera podido sobrevivir de haber permanecido más tiempo allí, si no se hubiera quebrado mi espiritú. Supongo que este tipo de experiencias te hacen más fuerte. La imagen que he escogido para este post refleja la soledad de aquella noche. Aquella noche que no olvidaré jamás.
Bueno, ciertamente Isabel y su familia, comió con nosotros al día siguiente de la mudanza. El señor Robles padre los invitó a un almuerzo en casa. Isabel vino tan elegante como siempre con su caja de bombones orgullosa para disfrutarlo después del postre. Tamara, casi tan radiante como su madre, se sentó al lado de Alex Jr. Qué bonita visión: en mi mente remonté cincuenta años atrás y recordé cuando vivía en Grecia. Tenía poco más de quince años y andaba merodeando a Sofía la hija del señor de la casa en la que trabajaba mi ahora difunto padre que en la gloria esté. Quería casarme con ella y tener una gran familia, una casa, y unas mascotas a las que cuidar. La cosa no pudo ser así: Sofía y su familia marcharon a España. La pérdida me produjo una terrible depresión de la que salí cuando dos años después , me armé de valor y regresé a mi España para recuperarla. No lo conseguí, pero conocí a la que sería una buena familia para mí.
Un día, mi padre, que servía a unos señores muy poderosos en España, enfermó y me heredó el día antes de su muerte el legado. Y yo continué su labor sirviendo con muchísimo gusto la familia. Los señores de la casa esperaban un retoño con ilusión, igual que la tenía yo. Iba a ser partícipe de la felicidad de la llegada de un nuevo miembro a la familia. María Antonia, que así se llamaba la señora, estaba de cuatro meses.
Después de cinco meses de mi llegada, María Antonía se puso de parto. Yo fuí el encargado de conducir el coche que la llevaría junto a su marido, al hospital. Era la envidia de todo el resto de mayordomos y sirvientas del hogar. Estaba repleto de euforia. Pasaron veinticuatro horas interminables y por fin dió a luz a un precioso varón de cuatro kilos y medio. Lo llamaron Alejandro. Alejandro Robles Cela.
Desperté de mi sueño despierto y volví a mirar a aquella parejita que me hizo recordar mi adolescencia y dí gracias a Dios por continuar el legado de mi padre con esta gran familia.
Mayordomo Valmaseda.
Siempre le he dicho a mi amigo Marcos que no pasee en Porsche por el extrarradio porque siempre hay algún impresentable que, movido por la inevitable envidia que generamos las personas que tenemos poder económico, nos arrojan huevos o intenta rayar nuestros fastuosos vehículos. Una de esas veces le acompañé. Esa vez ví un hippie lanzar una piedra desde un 600 que impactó en el cristal delantero. Quizás él no reparó en mí, pero su rostro me resultó familiar, aunque no adivinaba por qué. Tengo buena memoria para las caras, por eso me fastidiaba no recordar quien era ese tipo cuando tenía la certeza de conocerlo de algo. Su aspecto era el típico en un hippie, desaliñado, daba la impresión de no ser muy amigo de la higiene, y lucía con orgullo aquellos andrajosos harapos que suelen llevar ellos.
¿Pero como voy a conocer a u hippie si nunca me he mezclado con ellos? ¿Por qué el hecho de que el hippie tenga un 600 y rece porque no le deje tirado cada vez que viaje en ese coche tiene derecho a tirarme un huevo porque yo viaje en un Porsche? El dinero es la clave, La llave que abre todas las puertas. Es quizás la necesidad mas imperiosa del hombre civilizado. Trabajas por dinero, y luego comes, te vistes, compras un pedazo de tierra donde vivir y hasta te diviertes con él. Es la clave de nuestra vida, nuestro sol por el que rotamos. El dinero es la motivación más poderosa del ser humano. Cuantos rios de sangre se ha derramado por él, cuantos Caínes ha matado a su hermano por poseerlo. Despúes están aquellos que se niegan a aceptar esta incuestionable e inmutable realidad. Los que creen que podrán vencer algún día su poder y no se dan cuenta que sus destinos van parejos al de Sísifo. Estoy hablando de los hippies. Gente que proceden siempre de familias sin recursos económicos y que crean un odio hacía el dinero, o mejor dicho hacía la gente que tiene el dinero, solo porque no lo tienen ellos.
Aún no recordaba quien era aquel tipo. Intenté acordarme de un año en que estudié en un colegio público cuando tenía unos ocho años. Seguro que lo conocía de esa época. ¿De qué iba a conocerlo si no? y de repente me acordé. Una mañana en el patio del recreo. Mi amigo Marcos y yo jugábamos con un coche teledirigido muy caro y magnífico. De repente ví un niño jugar con un muñeco viejo y roto que nos miraba de reojo. Después de un largo rato así se acercó finalmente y nos dijo que le encantaban aquel tipo de juguetes. Nos preguntó si le dejabamos jugar y le dijimos que no, que era nuestro y que si quería jugar con aquel coche teledirigido se comprara uno él. Se fue y nos tiró una piedra de lejos.
Es curioso que veinte años después sucediera exactamente lo mismo. Habíamos crecido pero la situación fue la misma. El tenía un 600 viejo y roto y yo un Porsche, el hippie sintió envidia de lo que el destino me había dado y a él no, y de lejos nos volvió a arrojar una piedra. Metáfora del pensamiento hippie, odian lo que no tienen. Su filosofía es humo.
Inauguro una nueva sección en este psicodelico blog que titularé arte. En él os hablaré de mi música favorita, del cine que veo y los artistas que admiro. Y también compartiré con ustedes un poco de mi arte, pues también me considero un creador. Hoy me he levantado con el deseo de ser poeta. Reconozco que nunca tuve inquietudes en este arte, pero creo que puedo transmitiros mis emociones y sentimientos con mi fina poesía como ya lo he hecho con mi prosa.
Hoy me siento muy solo en esta mansión
no se por qué rio cuando llora mi corazón
¿Por qué no puedo, con este dinero, comprar tu amor?
¿Por qué en el Corte inglés no está en ninguna sección?
estar contigo es lo que anhelo
ave maría, cuando serás mía
para llenar este vacío de hielo
y poder decir que te tuve un día
He seleccionado la mejor de mis creaciones que hice esta mañana. Pido humildemente vuestra valoración para ordenar a Valmaseda a que empiece a llamar a las editoriales y publicar un libro con mis versos. Gracias.
Etiquetas: Cita con mi psicólogo
Una vez estuve realmente deprimido. La causa de aquella depresión se llamaba Marta. Fue mi primer amor, una bonita relación pubercente en una época en que tenía granos y un aparato de dientes. Reconozco que he mejorado mucho desde entonces, ahora me dicen que tengo cierto aire a Jhony Deep. Después de año y medio saliendo, me dejó un día de invierno en que un palio de nubes negras cubría la boveda del cielo. Mi padre me veía deprimido, sin ganas de jugar con aquellos gigantescos scalextric que solía regalarme antes de irse de viaje de negocios, y me preguntó que me ocurría. Cuando, tras pensarlo mucho me decidí a contarle la historia de Marta, le sonó el telefono y me dijo que tenía que acudir a una cita laboral de inmediato.
Me dejó el número de un psicologo que podía ayudarme. Era un primo de Vallejo Nájera que compartía el mismo oficio. Recuerdo la primera cita. Me senté en aquel diván, que me dejaba mirando hacía el techo donde veía girar silenciosas las aspas de un ventilador, y me abrí a él, dicho sea en el buen sentido. Me dijo que mi vida era privilegiada, que hiciera una lista de las cosas buenas que podía hacer y el común de las personas no, y las desagradables cosas que debían hacer esas personas y yo no hacía. ¿Pero como elaborar esa lista si no conocía a ninguna persona de medios económicos limitados?
Cuando estaba paseando y acaricié a Conde, mi doberman, se me encendió la bombilla. Las ecuatorianas que trabajan en el servicio. Les pregunté cual era su día a día con el fin de elaborar la lista. Me dió lástima ver sus rostros cuando terminaron de contarme sus penurias, porque creían que les iba a aumentar el sueldo, pero yo no llevo las cuentas. En la lista escribí estas cosas: 1...No saco la basura. No trabajo en el Telepizza ni en un sitio de esos. No me preocupo de cosas tan triviales como ordenar mi habitación etc.
2...Tengo un yate de recreo. Las fiestas en la piscina. Mi imaginación se agota antes que mi dinero...
Con esto, mi psicologo me demostró que mi vida no era tan mala como creía.
No suelo ir a misa los domíngos, pero considero que tengo una vida religiosa intensa y activa, en contraposición a mi vida material, que para que engañarnos, me reporta grandes satisfacciones. Y un lugar donde puedo enlazar estos dos estilos de vidas tan opuestos es en el Opus Dei. ¿Por qué para ser católico hay que vivir de forma austera? ¿Que hay de malo en ser miembro activo de la iglesia y poder gozar del dinero que mi padre ha conseguido casi casi de forma honesta?. Satanás no es el dinero, y así me lo enseñó el padre Andrés, muy amigo de la familia. Que por cierto es sacerdote del Opus y solemos debatir mientras hacemos algunos hoyos en su casa de las afueras.
Llegó a interesarme esta iglesia dentro de la iglesia, hasta tal punto que visité junto a mi amigo Marcos la sede del Opus en New York. Es un hermoso edificio de más de 15 pisos situado en una zona céntrica de la gran manzana. Se edificó gracias a 5.000 pequeñas contribuciones de miembros de la iglesia, siendo mi padre uno de ellos. Aportó a la causa 1.600.000 de las antiguas pesetas en 2001. Es un edificio magnífico, y me siento orgulloso de haber contribuido en su creación. ¿Y a quién le importa que su creador, Escriva de Balaguer, tuviera un Mercedes? Jesús dijo; No juzguéis y no sereis juzgados.
Cuando a mediado de los setenta Escriva de Balaguer nos dejó, miles de cartas llegaron al vaticano para su canonización inmediata. Mi padre volvió a aportar su granito de arena para la santificación de Balaguer y escribió al papa una sentida correspondencia. Mi amigo Marcos y yo siempre llevamos en la cartera una foto del santo, que velará por nuestros negocios siempre.
Me siento muy orgulloso de llegar a donde he llegado. Todo trabajador aspira a llegar algún día a la cumbre de su carrera. Yo lo he conseguido, aunque mi trabajo me ha costado. Hay que luchar si quieres conseguir tu proposito. Nadie te va a regalar nada sin que tú hagas algo por ello.
Estudié protocolo y me saqué la carrera de filología inglesa hace ya bastantes años (no me gusta decir mi edad, soy un poco mayor), cosa que me ha ayudado enormemente pues, gracias a estos estudios, conocí a la que, por entonces, era la maravillosa familia Robles Andrade. Ahora los señores de la casa están divorcionados, y tanto ellos como los siete mayordomos, se han dividido en dos grupos. La casa es un poco grande, así que aunque viven aún juntos, casi no se ven. Actualmente trabajo sólo y exclusivamente para Alejandro Robles y Alejandro Robles Jr. Padre e hijo, ambos encantadores.
Mi vida es muy intensa porque vivo con gran pasión cada día en esta casa. Trabajo casi sin hacer nada. Sólo tengo que conectar las alarmas por la noche, desconectar algunas por el día, sacar de vez en cuando el perro de Alex (hijo) y abrir la puerta cuando hay visita esperada por los señores. Por suerte tenemos a dos señoras ecuatorianas que hacen el trabajo más duro. Las admiro profundamente porque por tres euros al día trabajan como mulas durante quince horas diarias. Domingos incluídos. Tienen una fuerza increíble. Incluso yo mismo algunos días les pago un euro más de mi propio bolsillo para que hagan parte de mi trabajo, y lo hacen. Me siento pleno cuando ayudo a los que más lo necesitan. Es muy fácil trabajar con esta buena gente. Tienen mucha suerte por haber sido contratadas por la familia Robles. Al menos, de vez en cuando, se quedan a dormir en la habitación donde duerme el doberman. Me comentan que es un lujo, porque a pesar de que el perro es un poco autoritario con su zona, la calefacción que ellas nunca han tenido, suple la parte negativa. Dicen que no pueden quejarse porque han aprendido desde pequeñas a agradecer lo que la vida les ha regalado. Ahora tienen una verdadera familia. Como la tengo yo. Gracias señores Robles.
Mayordomo Valmaseda.
He tenido muchas mascotas, pero ninguna me dejó un vacío tan profundo como aquel simpático macaco. Estuve un par de días muy abatido, y mi padre decidió que debía alegrarme. Hizo una llamada a una agencia de señoritas de compañía de alto standing a la que solía llamar cuando se iba de viaje de negocios (mis padres están divorciados). Y así conocí a Celeste, con quien perdí mi virginidad meses antes de mi décimo cuarto cumpleaños.
En mi décimo octavo cumpleaños, hace algunos años ya, mi padre me organizó una fiesta en nuestra casa de campo. Mientras Valmaseda repartía las invitaciones, mi padre se acercó a mí y me habló del futuro. Me preguntó que quería estudiar, y yo le respondí medicina. Mis calificaciones en selectividad no fueron precisamente muy altas, y mi padre tuvo que "actuar" para que pudiera estudiar dicha profesión. Lo curioso es que llegué hasta el último curso sin tener ni idea de medicina. Finalmente lo abandoné por mi propia voluntad.
Entré a trabajar en las oficinas de mi padre, que es empresario del vino. Con despacho propio, tenía que firmar cosas durante seis horas al día, cuatro días a la semana. Un trabajo más agotador del que pueda parecer en un principio, por lo que pedí a mi padre un año sabático para poder tener tiempo para pensar en lo que quería hacer con mi vida.
A veces, desearía que mi mayordomo, el señor Valmaseda, me diera una bandeja de chopped, en lugar de una de jamón ibérico. Poder lavar yo mismo mi Mercedes SLR, o mejor aún, un Twingo o el coche que normalmente podeis comprar ustedes. Cenar una noche un plato de garbanzos y no esos impronunciables platos de alta cocina. En fin, me gustaría haceros unas cuantas preguntas que agradecería que me respondieran.
1. ¿Coméis tres veces al día?
2. ¿Los productos químicos empleados en la limpieza pueden producir algún tipo de reacción alérgica?
3. ¿A qué sabe la mortadela?
Muchas gracias por vuestra pequeña atención.