Una vez asistí a una fiesta organizada por mi padre. Celebraba la fusión de su empresa con la de su rival después de que este muriera de un infarto tres semanas atrás. Había ricos, lujos y chicas preciosas, lo que es más o menos mi día a día. En esa fiesta conocí a Carlota, una joven española de origen francés que me presentó mi padre. Guapa, culta y divertida. Tenía todas las cualidades que enamorarían a cualquiera y aunque no soy hombre de una sola mujer caí en sus garras.
Los primeros meses fueron inolvidables. Paseábamos por el parque, sobre una alfombra de hojas secas y amarillas en la tarde otoñal. Pero todo cambió poco después. Carlota se volvió cada vez más distante y esquiva. Ya apenas lo hacíamos, la magia se estaba acabando. Me sentía solo y cogí la agenda de mi padre para llamar a la agencia de señoritas de compañía que solía frecuentar. Rosana fogosa me causó una buena impresión y me decidí a llamarla. Cuando llegó y la ví bajo el arco de la puerta me quedé estupefacto, Rosana fogosa era Carlota.
En ese mismo momento recordé las excusas de Carlota. Las cosas que compraba con mi visa. Al parecer, Carlota tampoco era mujer de un solo hombre.
3 Comentarios. Comenta tú:
TAL PARA CUAL, UNA PUTA Y UN CERDO. Y POR QUE LO DEJASTE CON ELLA?? UN BESITO
Qué hermosa historia, oh ilustre Alejandro. Por qué acabó? La cosa pintaba bien, al menos para encuentros carnales esporádicos :)
Saludos.
Los nuevos ricos. La epidemia del siglo XXI...
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