Es una lata el trabajar...

En mi décimo octavo cumpleaños, hace algunos años ya, mi padre me organizó una fiesta en nuestra casa de campo. Mientras Valmaseda repartía las invitaciones, mi padre se acercó a mí y me habló del futuro. Me preguntó que quería estudiar, y yo le respondí medicina. Mis calificaciones en selectividad no fueron precisamente muy altas, y mi padre tuvo que "actuar" para que pudiera estudiar dicha profesión. Lo curioso es que llegué hasta el último curso sin tener ni idea de medicina. Finalmente lo abandoné por mi propia voluntad.
Entré a trabajar en las oficinas de mi padre, que es empresario del vino. Con despacho propio, tenía que firmar cosas durante seis horas al día, cuatro días a la semana. Un trabajo más agotador del que pueda parecer en un principio, por lo que pedí a mi padre un año sabático para poder tener tiempo para pensar en lo que quería hacer con mi vida.

Ese año resultó ser un año y seis meses, con viajes para encontrarme a mí mismo incluidos. Cierto que esos viajes no fueron al Tibet sino a Bora Bora, Ipanema y Riviera maya, pero no encontré mi verdadera vocación. Admiro vuestra fuerza interior para trabajar durante ocho horas al día, una barbaridad que no comprendo como la permiten los sindicatos, para encima llegar a fin de mes con una soga apretada en el cuello. Soportar a jefes que os tratan como a esclavos solo por depender de ellos para sobrevivir. Porque esta sociedad es esclavista. La esclavitud nunca se abolió, sino que se le puso nomina para camuflarla.

Me encuentro en estos momentos en una encrucijada emocional que no sé como resolver; admito sugerencias.